“No sé de un tiempo a esta parte, no
entiendo cómo pude desarmarme” dicen los chicos de No Te Va Gustar en “Memorias
del olvido”, y así estamos los rosarinos, habiendo naturalizado el desmadre que
estamos viviendo.
Todos
los días contamos muertos (llevamos 151 homicidios en 187 días que pasaron del año)
o leemos, ya acostumbrados, las amenazas a comercios o casa de familias para
conseguir nuevo local de instalación de búnkers de venta de drogas. Hace unos
meses asumimos, también, que en esta modalidad del narcoterrorismo balear o
amenazar escuelas es parte del ‘modus operandi’.
Unas
semanas atrás, uno de esos actos de amedrentamiento sucedió en el horario del
egreso de los niños y uno de los proyectiles impactó en la pierna de un nene de
6 años. Los gremios docentes convocaron a un paro regional multisectorial que
luego quedó manchado y desdibujado por adherir a la convocatoria de Ctera para
defender piqueteros que agredían a las fuerzas en Jujuy y luego denunciaban
represión. Nuestra realidad quedó a un costado, como ocurre generalmente con
los reclamos genuinos.
Ayer
fiscalía permitió que se muestre el video en el que dos detenidos por balaceras
a escuelas miraban la televisión y festejaban con risa burlona el cierre de la
institución como medida preventiva. A muchos estos hechos nos siguen generando
indignación e impotencia, pero cada vez somos los menos.
Hoy
despertamos con un titular que nos hace pensar y replantearnos muchas cosas: “Trabajaba en una fábrica y hacía ‘changas’
como tira tiros a escuelas y comisarías”.
¿Cuándo
fue que hemos llegado a este punto? ¿Cuándo naturalizamos que la vida humana no
tiene sentido ni valor? O peor aún, ¿Qué lo económico está por encima de la
vida?
Desde
hace más de dos décadas se escucha la frase ya trillada “hemos invertido la
escala de valores”, acompañada muchas veces por “se perdió la cultura del
trabajo”. Ante estas premisas, algunos educadores hemos hecho un ‘mea culpa’ e
intentamos mostrarle a la sociedad que parte de la responsabilidad las tienen
quienes han implementado las políticas educativas del facilismo y la ‘pedagogía
del cariño’ (como te quiero te dejo pasar). Hemos justificado, en reiteradas
ocasiones, que estos hechos se dan por “necesidad” de conseguir plata fácil,
por entrar “engañados” y después no poder salir, por encontrarse en la red de
consumos problemáticos y haber perdido el poder de discernimiento.
Pero
ya ¡basta! Basta de justificaciones y naturalización de actos horrorosos. Basta
de políticas baratas y cómplices que profundizan la crisis social en la que nos
encontramos. Basta de la filosofía de la cultura como forma de gobierno, cuando
en verdad entienden a la cultura como sinónimo de recital populoso de “Los
Palmeras” en la calle, o de reivindicación de los piquetes y piqueteros que
confraternizan con actos sexuales.
Basta
de folletos donde se enseñe a consumir drogas “de manera cuidada”, o de ideología
de género en las escuelas que vulnera el pensamiento aún endeble y en formación
de nuestros estudiantes.
Esa no es la cultura que nos representa, al
menos a ciudadanos de bien que seguimos apostando, con nuestro trabajo y
esfuerzo diario, a salir adelante.
Basta
de mirar con ojos de lástima a los adolescentes que la escuela pierde y que los
narcos ganan como mano de obra barata; de hermanitos de 10 u 11 años haciendo
de “mulitas” o mirando con admiración al mayor en su ‘función de sicario’. No nos
alcanza la lástima y la consideración.
Urge,
y no hace falta decirlo, un plan integral de prevención y abordaje de estas
situaciones, que contemple saturación de las fuerzas provinciales y federales
en las calles, reforma en la justicia, sobre todo en el código penal para que
las puertas dejen de ser giratorias y el que las hace las pague, pero en
conjunto, y sobre todo, políticas de rehabilitación y reinserción en la
sociedad de aquellas personas con adicciones, atención psicológica a los
familiares (en especial niños) de quienes cayeron en la red narco como “soldaditos”
exponiendo su vida y las de los familiares, y una gran inversión en educación
formal (dentro de la escuela) y no formal intergeneracional para recuperar los valores fundantes de nuestra
sociedad: la vida y la dignidad.
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