Hace unos años los chicos que empezaban 5to entendieron que último primer día de clases de la educación obligatoria tenía que ser de festejos, y los adultos cedimos porque la escuela necesitaba verlos comenzar el año con alegría.
La adolescencia, como sabemos, es una etapa de muchos cambios biológicos y sociales, que se caracteriza por la búsqueda de la propia identidad y la identificación con los pares, el establecimiento de vínculos sociales, la conformación de grupos de pertenencia, la trasgresión a cualquier límite o intento de marcarlo y la experimentación de cosas nuevas y prohibidas por los adultos.
Cuando cedimos ante el festejo y permitimos que las inasistencias no se contabilizaran, que se hicieran presentes sin el uniforme escolar, que ingresaran a la escuela sin dormir, abrimos otras puertas: la de llegar con espumas de carnaval y molestar a los otros estudiantes, la de hacer batucada mientras los otros cursos intentaban dar clases, la de la pirotecnia en la puerta de la institución... Y esas abrieron otras, como la de llegar alcoholizados e insistir en ingresar igual.
Los adolescentes transgreden y quieren más. Tienen sed de lo prohibido, lo sabemos y está bien, porque es la etapa en la que su rebeldía busca el límite del adulto que, cuando no lo establece, desdibuja su autoridad.
Claramente, que el UPD sea masivo y popular a nivel nacional deja en evidencia que somos una generación de adultos que le tiene miedo al ejercicio de la autoridad y que no sabe o no puede establecer y sostener los límites.
Estamos educando a nuestros niños y adolescentes desde el permisivismo, es decir, autorizando a hacer ciertas cosas, pero sin preceptuarlas.
"Está claro que la educación tiene por misión esencial la formación de la personalidad y que, dado que esta formación atañe a las posiciones fundamentales del hombre frente al mundo y frente a él mismo, no es cuestión de conocimientos intelectuales, de memoria, sino de opciones morales y de elección de valores” (Gusdorf. ¿Para qué los profesores?. Pág. 77), por lo que debemos entender que la educación permisiva se aleja de su misión principal.
Mediante el permisivismo muchos adultos sienten que cubren ciertas carencias, a veces afectivas, a veces socioeconómicas; pero, es importante remarcar que de esta manera dejamos de trasmitirles valores y de educarlos integralmente.
Vaciar sus vidas de límites y autoridad los aleja de una educación en la libertad y la responsabilidad; y, de esta manera, vamos generando una sociedad hundida en la anomia.
¿Qué podemos hacer ante esto?
Está claro que no podemos prohibir a esta altura algo que nosotros mismos permitimos y dejamos avanzar porque, además de que el simple hecho de la prohibición genera en los adolescentes motivación para transgredir, debemos ser ejemplo de autoridad que no es contradictoria en su accionar.
Pero, claro está, tampoco podemos dejar que este ritual continúe escalando y rompiendo límites sociales.
Entonces, ¿cómo hacemos?
En principio, debemos comenzar ahora mismo a trabajar valores morales con los estudiantes de 4to año, no desde los conceptos teóricos sino desde la puesta en práctica. La responsabilidad, el respeto, la libertad, la elección a conciencia, aparecen constantemente en todas las dimensiones escolares y familiares.
Nuevamente surge la necesidad del involucramiento de todos los adultos y el trabajo colaborativo de las dos instituciones educadoras. Familias y escuelas deben retomar el vínculo, establecer lazos nuevos basados en el respeto, el acompañamiento y la sinergia.
El trabajo que nos corresponde hacer en este momento es encontrar (o generar) el punto de inflexión y construir juntos desde allí. Puede que sea amargo al principio, pero si existe la convicción de una educación integral, no hay más tiempo que perder.
Pienso que podemos empezar a decir desde el colectivo de los padres "NO". Simplemento NO. Es dificil y antipático pero es necesario, y es parte ser el adulto.
ResponderBorrarY desde las escuelas pedir el involucramiento de las familias en el cuidado y acompañamiento. Tratar de mostrar a los más chicos que los festejos pueden ser medidos y no permitir que estas acciones se instalen como ejemplos.
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