¿A dónde hemos llegado para que las escuelas tengan que tener custodia policial?
En Rosario, Santa Fe, hay 30
escuelas con custodia policial para evitar robos, hechos de vandalismo y
agresiones. Durante el año 2021 dos establecimientos fueron baleados y en abril
de este año una tercera institución fue amenazada con 40 vainas servidas colocadas
en el ingreso.
Que la sociedad está sumergida en
la violencia y en este tipo de reacciones como la manera de solucionar los
conflictos, no es una novedad. Nuestra ciudad vive cubierta de sangre, nos
horrorizamos cada mañana al leer los titulares y nos olvidamos por la tarde.
Vamos naturalizando esta forma de vivir que no discrimina a las instituciones
educativas.
Los adultos nos estamos moviendo en un campo
de tensión permanente, un entramado multifactorial del que sobresalen la falta
de un proyecto de vida como consecuencia de la incertidumbre que genera la
crisis económica y social de nuestro país; la intolerancia (incluso con
nosotros mismos); la indiferencia hacia los problemas, las personas que nos
rodean y las necesidades afectivas de nuestros hijos; la violencia verbal y
física como forma de resolución de conflictos.
Entre toda esta realidad que se
constituye en los hogares, las calles y en cada rincón de Rosario, somos
testigos, incluso, del aumento de casos violencia escolar. Peleas entre
estudiantes que son filmadas y viralizadas en redes sociales, exponiendo sin
comprender las verdaderas consecuencias de todo esto.
Una generación sumida en el “no
pasa nada” que no encuentra en los padres referentes de autoridad.
Hace unas semanas se conoció el
caso de un padre amenazando al compañero de su hija que la acosaba y agredía
constantemente. Y, reafirmando su postura, argumentó porque no se arrepentía.
Es de suma importancia empezar a
mirarnos como adultos, identificar qué estamos haciendo, cuáles son las
actitudes que nuestros niños, adolescentes y jóvenes están viendo e imitando.
Ellos no hacen más que trasladar a los entornos escolares la violencia y
agresividad que ven en la sociedad. No podemos exigirles a los menores que
actúen en contrasentido.
Dentro de ese grupo de adultos
que debemos revisar nuestras prácticas nos encontramos los docentes y
directivos, actores protagonistas de los escenarios de estas situaciones.
Muchas veces no hay tareas preventivas y solo se abordan los emergentes, otras,
simplemente se mira para otro lado o se esconde debajo de la alfombra. Se alega
que no ocurrió dentro del edificio escolar o se busca responsabilizar y
sancionar, sin realizar un abordaje integral.
Pero, no somos los únicos, en
ocasiones los educadores no contamos con herramientas o acompañamiento
ministerial ni familiar.
Ante estas situaciones que se
convierten en noticias, es preciso rescatar algunos puntos. El primero es el
hecho de que generalmente se busca una explicación basada en un conflicto
particular que pueda asomarse como trasfondo de la amenaza, para justificar loe
hechos; y el segundo el relato del hábito que se va apoderando de muchos
estudiantes rosarinos, de tirarse debajo de la mesa cuando se escuchan detonaciones
en las inmediaciones escolares.
Respecto al primero de los
puntos, es de suma importancia remarcar que, si bien estamos acostumbrados a
que muchos conflictos terminan convirtiéndose en hechos de violencia armada, la
sociedad debe comenzar a desnaturalizar esta práctica. Los conflictos existen y
pueden ser positivos dependiendo el abordaje que se tenga en su resolución. Que
asumamos que hay violencia porque se está resolviendo un conflicto nos coloca
en un lugar de aceptación de estas situaciones.
Para el segundo punto no puedo
más que formular preguntas. ¿Nadie sabe que esto empezó a ocurrir hace años en algunos
barrios de nuestra ciudad? ¿A nadie se le ocurrió que la contención social que
debería brindarse no es meramente alimentaria y que, en muchos casos, tampoco
alcanza la intervención si se carece de planificación posterior? ¿Tan poco
importa el desgranamiento institucional que se produce sosteniendo y
acrecentando esta crisis social? ¿Alguien va a pensar en la constitución
psicológica y emocional de estos alumnos que al escuchar detonaciones ya saben
cómo esconderse en un país que lleva décadas sin participar de un conflicto
bélico? ¿Alguien pensó que estos chicos que se tiran cuerpo a tierra son los
jóvenes y adultos del futuro? ¿Cuál es el legado que les estamos dejando y qué
pueden heredar (como positivo) ellos de nuestras acciones? ¿Se puede comenzar a
proyectar y ejecutar en función de esto? ¿O vamos a seguir mirando para otro
lado?
La escuela es la segunda
institución contenedora, incluso para muchos estudiantes es la primera. Es el
lugar donde se acude cuando hay conflicto intrafamiliar, o una situación de
difícil abordaje y que no se sabe resolver. Cuando pedíamos escuelas abiertas
lo hacíamos conociendo el entorno social de los chicos, las situaciones a las que
estaban expuestos y la vulnerabilidad que vivían al no estar en la escuela.
Simbólicamente la escuela sigue
siendo “la escuela”, aunque no nos encontremos en inmersos en el “efecto
institucional” del siglo XX. Naturalizar amenazas y balaceras contra estas
instituciones destruye lo poco que nos queda como sociedad.
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