Un argentino que, con su ejemplo, conocimiento y coraje, nos dejó un legado que todavía hoy nos interpela.
Te invito a recorrer este puente entre el siglo XIX y nuestro presente, guiados por sus propias palabras.
Si Don Manuel pudiera hoy caminar por pueblos y ciudades de nuestra Argentina, si visitara los parajes del norte, el conurbano o los barrios olvidados de Rosario, seguramente repetiría –como si no hubiera pasado el tiempo– lo que escribió en la Memoria del Consulado de 1796, cuando era Secretario del Real Consulado de Buenos Aires:
“(…) Esos miserables ranchos donde se ven multitud de criaturas, que llegan a la edad de la pubertad, sin haberse ejercitado en otra cosa que la ociosidad, deben ser atendidos hasta el último punto. Uno de los principales medios que se deben adoptar a este fin son las escuelas gratuitas (…)”
Entonces me pregunto: ante semejante panorama, ¿qué haría el General del Ejército del Norte?
Seguramente llamaría a la ciudadanía a comprometerse con la Patria, con la ética, con la educación. Diría a los representantes actuales sin titubear que “la enseñanza es la primera obligación para prevenir la miseria y la ociosidad.”
Belgrano no hablaba solo de miserias individuales. Pensaba en un país entero que necesitaba despertar. Y su mensaje es claro: la responsabilidad no es solo del Estado, ni de quien gobierna. También es nuestra.
Nos desafiaría a dejar de ser espectadores. Nos invitaría a involucrarnos en lo cotidiano. A cambiar nuestra historia desde el lugar que cada uno ocupa.
Y si lo imaginamos en un atril, al pie del Monumento a la Bandera, con el sol reflejándose en el Paraná y la brisa de la mañana golpeándole el rostro, con autoridades nacionales, provinciales y municipales presentes y el público rosarino agitando banderas celeste y blanca, probablemente también repetiría lo que dijo en marzo de 1810:
“¡Cómo se quiere que los hombres tengan amor al trabajo, que las costumbres sean arregladas, que haya copia de ciudadanos honrados (…) si no hay enseñanza y la ignorancia va pasando de generación en generación con mayores y más grandes aumentos!”
También nos hablaría a los docentes. Nos recordaría que nuestra labor no puede ser tibia ni automática. Nos pediría vocación, compromiso, coherencia. Nos exigiría formar ciudadanos con valores, con amor al conocimiento, al bien común, a la verdad.
Y sí, nos advertiría que hoy no estamos sembrando en las almas lo que deberíamos: respeto, honor, dulzura en el trato, desapego al interés personal, espíritu nacional.
Por último, Belgrano nos dejaría una lección final. Nos recordaría –como escribió en su autobiografía– que:
“La vida de los hombres públicos debe siempre presentarse, o para que sirva de ejemplo, o para dar una lección que evite repetir sus errores.”
El amor a la Patria, para él, se demostraba con hechos. Con trabajo. Con integridad. Y esa es una urgencia que sigue vigente.
Porque los tiempos difíciles no se enfrentan con indiferencia, sino con una ciudadanía despierta. Comprometida. Presente.
Excelente. Muy claro y movilizador. El gran mal de nuestra época es la indiferencia, entre otros.
ResponderBorrar