No. La
respuesta que llevo dentro de mí desde hace años, y que se confirma cada día,
es que en las escuelas no hay justicia. Pero, ¿qué es la justicia?
Es un principio moral que nos lleva a darle a cada uno lo que le corresponde o merece. Un concepto que se relaciona con la equidad y los derechos. Es, también, una virtud que organiza a la sociedad en torno a principios como la honestidad, la equidad y la razón. La justicia aparece cuando hay un conflicto que necesita ser resuelto, pero cuando no logramos gestionarlo, recurrimos a alguien que intervenga. Los adultos vamos al Poder Judicial, los niños y adolescentes a los adultos responsables.
Desde pequeños crecemos con la idea de que la justicia es algo inherente a nuestras instituciones: la familia, la escuela y el Poder Judicial. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando esas instituciones no cumplen con su rol de ser justas?
La familia atraviesa una crisis profunda, y la transmisión de valores morales se ve desbordada por los cambios sociales. Es cierto que no es mi intención profundizar en este aspecto, pero no podemos ignorar que muchas veces la justicia que se aprende en el seno familiar es insuficiente o inconsistente. Entonces, la familia deja de ser ese referente de justicia que debería ser.
El Poder Judicial, por su parte, tampoco es infalible. En nuestra sociedad es frecuente observar que la justicia no siempre se aplica de manera equitativa, y este es un problema que arrastra a todas las instituciones, incluida la escuela. En la educación, sin embargo, no podemos permitirnos replicar esos vicios de la sociedad.
La escuela, en teoría, debería ser el espacio en el que se modela la justicia, donde se aprende a convivir y resolver conflictos de manera equitativa. La escuela debería ser el lugar donde se enseña que las normas se deben cumplir, pero también donde se aprende a respetar los derechos de los demás y a asumir las responsabilidades de manera reflexiva. Sin embargo, la escuela se ha desviado de ese camino.
Sé que muchas veces idealizo la escuela, la sigo viendo como ese lugar sagrado en el que se forma la persona, y reconozco que mi lucha por restaurar la educación a veces me hace sentir sola. Pero no soy la única que cree que el sistema educativo no es justo. Y no me refiero únicamente a la justicia educativa en términos de acceder a lo que cada alumno necesita para su desarrollo, sino a la justicia en los procesos disciplinarios.
La justicia punitiva que prevalece en las escuelas no es justa. No estoy completamente en contra de las sanciones disciplinarias, ya que considero que son necesarias cuando el conflicto ha escalado y no hay otra forma de abordarlo. Es parte del rol de la escuela enseñar que en la sociedad existen normas que deben cumplirse. Pero las sanciones no pueden ser la respuesta automática, y mucho menos las sanciones colectivas.
¿Qué sucede cuando, por no poder identificar a un culpable, se sanciona a todo el grupo? ¿No tenemos tiempo para hablar con quienes estuvieron involucrados en un acto inadecuado? Si realmente tuviéramos la voluntad de educar, ¿no podríamos dedicar el tiempo necesario para enseñar a los estudiantes sobre responsabilidad, reparación y empatía? Si el comportamiento de un estudiante o un grupo se desvía, ¿por qué no optar por soluciones restaurativas que fomenten el diálogo y el aprendizaje? Los niños y adolescentes no son delincuentes, son jóvenes en proceso de aprendizaje, y como tal necesitan ser guiados.
En lugar de
recurrir siempre a la sanción colectiva, debemos trabajar en la construcción de
una cultura de diálogo, entendimiento y justicia restaurativa, donde no se
castigue indiscriminadamente, sino que se busque reparar el daño y promover la
reflexión sobre los actos cometidos. La justicia debe ser una herramienta de
enseñanza, no de represión.
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