Quienes me siguen en redes seguramente han visto que en reiteradas oportunidades hablé sobre las consecuencias a las que se enfrentan nuestros chicos con el mal uso de las plataformas digitales. Y nuevamente estoy acá, escribiendo sobre lo mismo, porque creo que nunca está de más recalcar la necesidad del control parental, la presencia de los adultos, no solo para limitar el tiempo de uso sino, también, para orientarlos en las conductas a seguir.
Hacía bastante tiempo que no escribía en el blog y me pareció oportuno volver con este tema, antes de la publicación de "Educar en la era de los huérfanos digitales", prevista para el mes próximo.
Hay tres dimensiones importantes a tratar:
La primera tiene que ver con el aspecto psicológico de la personalidad: los chicos viven en una realidad paralela, con disociación de su personalidad y la mayoría de las veces se sienten mejor tras el dispositivo electrónico o, peor aún, utilizando psudónimos y fotos en las que ocultan su verdadero ser. Crean dos o tres perfiles en las redes sociales y se muestran diferente según sea el público que tienen. Para usar Tik Tok también "se moldean" de acuerdo a las preferencias de los seguidores: si hacen comedia no hacen bailes; si bailan no hacen comedia, por ejemplo. Otra consecuencia es la pérdida de autoestima y el aumento de inseguridad que genera la falta de popularidad y la dependencia de las interacciones. Anda circulando entre ellos una tergiversación de aceptación a la diversidad que los convoca a agregar a sus biografías su identidad sexual, una práctica que se da desde edades tempranas y que genera la ganancia de seguidores si se manifiesta la homo o bisexualidad. Otra manera de convertirse en populares es publicar (si es en live, mejor) los retos virales que realizan inconscientemente y que ellos consideran inofensivos (porque no tienen estructuralmente desarrollado el cerebro como para comprender todos los riesgos).
La segunda está relacionada con el comportamiento y la convivencia: postean imágenes o publican comentarios ofendiendo a compañeros, replican a través de screenshots rumores ajenos sobre los que no tienen ninguna certeza, utilizan Snapchat o el modo efímero de Instagram para que las conversaciones desaparezcan rápidamente, a veces para ocultar el contenido a padres atentos, otras porque no quieren dejar huellas de lo que se envían. Viven rodeados de tentaciones virtuales exprés y sin la necesidad de "poner la cara".
El uso y abuso de los dispositivos electrónicos los conduce a determinar como aceptable conductas de cobardía y agresividad. Pero también está el otro costado, el lado triste, la oscuridad, cuando son ellos los puntos de ataques cobardes, violentos, anónimos y/o que no dejan huellas. Cuando no quieren hablar porque no están seguros de si "es para tanto" o están exagerando, o porque saben que muchas veces la humillación es moneda corriente en los entornos online y los aceptan "sin chistar", o porque piensan que no tienen adultos disponibles para ser escuchados, contenidos y acompañados.
Y la tercera, también comportamental, pero con consecuencias académicas: el vamping es la conducta de moda entre los adolescentes, quedarse hasta la madrugada pegados a las pantallas, hablando con otros o jugando en línea.
A esta práctica le podemos sumar el consumo desmedido de los videojuegos online a toda hora del día genera adictividad al otorgarles constantemente recompensas intermitentes y el scroll permanente que se hace para pasar con mayor rapidez de pantalla o contenido, ante la necesidad de conectar con la mayor cantidad de publicaciones o videos en el menor tiempo posible.
Obviamente la primera consecuencia aparece a la mañana cuando no logran despertarse a tiempo, hacen todo a las corridas, con sueño. Llegan a la escuela y,sostienen los ojos abiertos, pero la mente dormida, mientras que los más osados se duermen sobre los bancos. No hay predisposición hacia el aprendizaje y, cuando logran despertarse, aparece la ansiedad: necesitan las recompensas imediatas de los juegos, que la información sea tan consisa que quepa en el minuto y medio que dura un reel, no pueden sostener la atención, ni sus cuerpos quietos.
¿Y qué hacemos? ¿Los aislamos de los avances tecnológicos? ¿Dejamos que sean la burla de los compañeros por no permitirles participar de juegos online?
No creo que nada de eso sea necesario.
Investiguemos sobre herramientas de control parental, hay muchas y con diferentes opciones para acompañarnos a los padres en este desafio tan complicado que tenemos.
Escuchemos a pediatras, neurólogos y psicólogos que hace tiempo vienen advirtiendo sobre el tema. Posterguemos la edad de acceso a los dispositivos electrónicos tal como lo aconsejan.
Busquemos información sobre las consecuencias neurológicas y psicológicas que trae aparejado el uso ilimitado de las plataformas digitales, ya sean redes sociales o videojuegos online.
Hablemos con ellos, nos necesitan cerca.
La verdad ni idea,ya que no tengo hijos,divorciado hace 20añoos
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