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40 años de Democracia: no hemos aprendido nada (un breve análisis social, no político)

 


¿Será que sufrimos tanto la desvalorización personal que no podemos darle valor a los demás o, incluso, a las cosas materiales? ¿Podría ser que la causa de esta escalada de violencia y el desprecio hacia la vida sea una herida profunda individual pero generalizada? ¿Sanarnos a nosotros mismos primero sanará a la sociedad?

Son las 7.10 de un miércoles de abril. Perdí el colectivo que me lleva directo a una de las escuelas y me arriesgué a hacer un empalme entre líneas y tratar de llegar a horario. Mi mente debería estar concentrada en ello y, sin embargo, no puedo evitar ver las actitudes de los pasajeros. Es una práctica que instintivamente hago desde chica, sin intenciones de juicio o crítica. Simplemente miro. Y es en ese momento de observación cuando aparecen palabras como desazón, preocupaciones, desprecio, apatía, que rápidamente se transforman en estas preguntas iniciales. Más allá de que el horario de la observación no hace más que invitar a continuar somnolientos, lo que veo es un cuadro que se repite cotidianamente, en cualquier horario.

Por supuesto que la coyuntura económica, social y de inseguridad que nos atraviesa son motivos más que suficientes para encontrarse con preocupaciones, angustia, desazón; pero mi análisis intenta ir un poco más allá. Es el pueblo, la gente toda, lo que está roto, corrompido, ultrajado.

Hilvanando estas ideas no puedo dejar de citar a Francisco Delich y su Metáfora de la Sociedad Enferma*: “La idea de una sociedad enferma parece obviar todo reconocimiento. Pero no era ésta la única razón de su atractivo. La idea es fácilmente incorporable porque nadie individualmente se reconoce como sociedad, sino como un individuo que está en ‘frente a, con’ la sociedad. Nadie aceptaría que también individualmente uno es la sociedad. Aceptar entonces la hipótesis de una sociedad enferma implica casi suponer simétricamente que cada individuo está sano, o por lo menos no necesariamente enfermo. La sociedad es lo otro, ni siquiera el otro, sino otros, aquellos que, desconocidos, son parte de la gente, anónimos y masivos semejantes.”

Palabras escritas hace 40 años, tan vigentes aún.

Caminamos por las calles grises, zombies automatizados, con el dolor naturalizado, con la frente mirando el pecho sin la más mínima idea de cómo hacer para levantarla. Caminamos vacíos de esperanzas, sumergidos en dispositivos móviles que utilizamos como activadores de los neurotransmisores que regulan los estados de ánimo, y nos aferramos a la risa (breve) que nos puede sacar un video de 10 segundos. Caminamos confundidos y apurados; sin mirar al lado ya sea por la pesadumbre de nuestros lamentos o por la distracción electrónica de bolsillo; sin escuchar palabras; alterados y agresivos.  

Caminamos así individualmente y como sociedad. 

Y estamos enseñando a caminar así.

Llego a la escuela y los veo. Automatizados por la rutina rígida que supone el orden escolar, sentados por horas en esas sillas duras dispuestas en filas, con el desfile de profesores que entran y salen del aula, profesores que carga cada uno con su rotura y su pesar, y pretende que en 80 minutos (en el mejor de los casos) los estudiantes se adapten a sus formas y comprendan alguna teoría que quedó desenganchada del módulo anterior.

Futuros zombies caminantes, si es que no hacemos algo ahora.

En sala de profesores todos vemos lo mismo, pero no cambiamos, no insistimos, no mejoramos. En la escuela aprenden a ser parte de esa “sociedad enferma”.

Leo legajos, tengo entrevistas con las familias, hablo con ellos… más de la mitad de los estudiantes tienen baja autoestima, desvalorización constante, se sienten aislados, solos, no escuchados.   

Los adultos automatizados no estamos a la altura de las necesidades de nuestros chicos. Chicos que son el futuro de esta sociedad, de esta Nación. Y no estamos haciendo el esfuerzo necesario para atenderlos, ayudarlos y acompañar su desarrollo sanos y fuertes, lejos de esta enfermedad social.

Y aclaro que parte de los adultos automatizados inertes e inactivos son los funcionarios de turno, de cualquier turno, porque en 40 años de democracia y luego de haber asumido el diagnóstico de la sociedad enferma de los años setenta, seguimos sin encontrar la salida individual y colectiva.

                                                 

Primero hay que saber sufrir, después amar escribió el "Polaco" Goyeneche, ¿será que estamos buscando sentir en el cuerpo más dolor para, luego, amar y reconstruir la sociedad? 

Si es así qué poco hemos aprendido de nuestra historia. Enarbolamos la bandera de la Memoria, cantamos con orgullo en pecho recordando a "los pibes de Malvinas" pero no nos hemos hecho carne del dolor, no nos hermanos en el sufrimiento. Repetimos cifras, relatamos historias, recordamos a algún familiar, vecino o conocido que sintió EL MIEDO (así con mayúsculas) o la pérdida. Pero lo hacemos para recordar, para no olvidar, no para empatizar y entender.

“Aceptar entonces la hipótesis de una sociedad enferma implica casi suponer simétricamente que cada individuo está sano, o por lo menos no necesariamente enfermo.”  En nuestro inconsciente colectivo atesoramos la idea de que “la sociedad argentina” ya sufrió demasiado, ya vivió la oscuridad y aprendió. Pero no lo encarnamos individualmente, aun no reconocemos ese dolor como propio y así andamos, grises buscando nuestro propio sufrimiento para después aprender a amar. 

Individuales, rotos, sufridos, apesadumbrados, desganados, malheridos, desvalorizados, críticos de la realidad, pero ajenos de esta sociedad. Encontrando en “aquellos otros” responsabilidades que no asumimos por no ser parte. Invadidos de técnicas de autoayuda y abiertos a terapias que nos acomoden y rearmen de a poco. Pero enajenados de los deberes y compromisos ciudadanos y sociales.

Confío en que sanarnos a nosotros mismos, primero como individuos, nos ayudará a sanar la sociedad de la que sí somos parte y que, evidentemente, continua enferma. Y estoy segura de que lo haremos cuando asumamos nuestra participación, aprendamos a empatizar y nos ayudemos a llevar la carga.


*La Metáfora de la Sociedad Enferma. Crítica & Utopía. Buenos Aires 1983. 

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